Entre las múltiples ventajas del uso de la tecnología en personas con discapacidad, encontramos el acceso a la información y a adaptaciones que pueden mejorar y aumentar su participación en distintos contextos; sin embargo, el tiempo de uso y el tipo de contenido al cual acceden, siguen siendo un gran desafío.
En la actualidad, las competencias digitales son parte de las exigencias en contextos como el colegio o el trabajo, por ello, no contar con estas puede abrir una brecha difícil de suplir.
Si bien se puede hacer una lectura negativa acerca de cómo la tecnología ha influido en nuestro comportamiento o costumbres, lo cierto es que ha facilitado de manera significativa procesos que solían ser complejos. Es indiscutible que realizar un trámite de manera virtual, hacer una videollamada con alguien que está lejos o tener una consulta médica online, nos ahorra tiempo, dinero o nos acerca a algo que podía ser lejano o difícil de llevar a cabo.
En el caso del uso de la tecnología en personas con discapacidad, persisten los riesgos como el excesivo uso de dispositivos tecnológicos, pero como muchas otras cosas, utilizadas de manera adecuada y equilibrada, suponen un avance. Apoyos tecnológicos como softwares o programas informáticos, ayudas técnicas como adaptaciones a vehículos, sensores o sillas de rueda, incluso la posibilidad de hacer teletrabajo, han significado una mejora en la calidad de vida de las personas con discapacidad, pues han podido acceder a ámbitos que antes eran limitantes o acotados.
Debido a que la tecnología puede amortiguar dificultades sensoriales, cognitivas o de movilidad, tenemos el gran desafío de hacer que esta tecnología sea accesible y no una nueva vía para abrir brechas, a la vez que el uso de dicha tecnología no se convierta en algo que supla aspectos tan importantes en la vida de una persona como interactuar con otros y tener experiencias significativas de aprendizaje.